Estos son unos cachondos. Cuando defiendes tu derecho a ser arbitrado, no atracado, te responden en un alarde de ingenio que ya está bien de llorar, que no me venga con victimismos. Desde el principio de los derbis, las tropelías blancas, de tan exageradas, han convertido el asunto en cómico. Años 20, ya, en una ida copera nuestro lateral Olaso protestó al linier un gol que el árbitro concedió sin que el balón entrara. Olaso fue expulsado y como sanción ¡cerraron el Metropolitano para la vuelta!; el primero de los choques en el Bernabéu lo empataron con una mano de Alsúa más grande que la de Manute Bol; al grito de lo anulo porque sí, que aquí mando yo, consumó su faena el extinto y desgalonado Guruceta: tres goles, tres, que le limpió al Aleti contra el reglamento en una semifinal copera.
E n la única final que se llevaron (sin ganar, por penaltis), Urrestarazu anuló uno de Benegas por fuera de juego a Irureta, caído en una banda, y no nos concedió otro que había traspasado medio metro la línea. Martín Navarrete expulsó a Orejuela por no fallecer en el atropello de Buyo y consumó su tropelía en el último minuto dando un gol en fuera de juego. Eso desde que Di Stéfano lo hiciera de tacón, en offside, hasta el remate, en offside, de Huntelaar, es lo común. Los tienen por cientos. Que a Drenthe le silben a favor un penalti en el último instante y a Agüero no, está en el lado repugnante de esta historia, negra como el alma de los árbitros cobardes. Del asunto nos reímos, pero sin dejar de afearles que su historial en lo tocante a nosotros es mentira, falso de toda falsedad. Trampas, Trampas
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