jueves, 23 de octubre de 2008

Fuente: ELPAIS.com Agüero cambia el mensaje

LIGA DE CAMPEONES ATLÉTICO 1 - LIVERPOOL 1

La sola presencia del Kun en el segundo tiempo aúpa al Atlético ante un Liverpool que fue de más a menos

Fuente: ELPAIS.com JOSÉ SÁMANO - Madrid - 22/10/2008

Hay futbolistas cuya sola presencia tiene una trascendencia capital. Agüero, el gran icono del Atlético, es uno de ellos. No guardará en su videoteca el partido frente al Liverpool, pero su mera aparición en el segundo tiempo resucitó al equipo de Aguirre, que con él sobre el césped se sintió capaz, no desamparado como en el primer periodo. La alineación dictada por el técnico rojiblanco, sin su estrella y muchos suplentes, hizo que el Atlético se sintiera pulgarcito. Reaccionó cuando la presencia de su mejor solista elevó la graduación de un partido que ya de por sí era de etiqueta. Pero el equipo no había descodificado debidamente el mensaje de su entrenador.

El Atlético tiene dos graves problemas: uno colectivo y otro individual. En la encrucijada, a Aguirre le cuesta dar con la tecla, sus futbolistas de cuajo entran y salen de la enfermería y entre el gremio no calan sus mensajes. Desde el sorteo de la 'Champions', la institución había subrayado la visita del Liverpool, un cartel estupendo para festejar el regreso del Atlético a la gran pasarela del fútbol europeo y, de paso, medir al equipo. Consternado por las tres derrotas encadenadas en Liga ante Sevilla, Barça y Real Madrid, el técnico mexicano dio un giro copernicano a la alineación. Sólo repitieron cuatro de los titulares que perdieron el derby del pasado sábado: Franco —que lo hizo por la lesión de Coupet—, Perea, Maniche y Forlán. A cambio, el entrenador rebajó la nómina de centrocampistas, rescató a los extremos, exiliados ante el Madrid, y dio carrete a dos chicos de la cantera, Camacho y Domínguez.

El trueque surtió un efecto devastador para el Atlético. Lejos de incitar a una rebelión deportiva, el trueque de Aguirre hizo que el equipo interiorizara su inferioridad desde el calentamiento. Como si los secundarios debieran simplemente tramitar el partido. Incrédulo, el Liverpool se sintió dueño absoluto del encuentro, un mal guiño para Benítez, proclive a dejarse domesticar. Xabi Alonso, Mascherano y Gerrard se adueñaron de la pelota y silbaron por el Manzanares. No tuvieron oposición y entre los tres tejieron el gol de Keane, un azote mayúsculo para el equipo rojiblanco, tan decaído que ni se inmutó ante el fuera de juego del ariete británico. El Atlético, pálido de Leo Franco a Forlán, necesitaba una mecha. Y nadie es más mesiánico que Agüero, al que su técnico le concedió un respiro en el primer tiempo.

La entrada del Kun agitó al Atlético, que a rebufo de su tótem se sacudió complejos. Se volvió más chisposo, mientras el cuadro inglés recuperó su trazo habitual de equipo tacticista y sin alardes. En su mejor tramo, a los rojiblancos les faltó fortuna. El mismo juez de línea que no penalizó la posición ilegal de Keane en el gol, lo hizo ante un tanto de Maniche que sí era legal. Al instante, Simão remató al poste tras un disparo seco que desvió Reina. Sin oropeles, pero con mayor decisión, el Atlético equilibró el partido. Le falta orden en el eje y no tiene jugadores que le iluminen en el medio, pero si logra alcanzar el perímetro del área rival su potencial se multiplica. Ocurre que no siempre consigue remar hacia sus distinguidos delanteros y, de ahí, que se mueva a impulsos. Sus asaltos no son constantes.

Por ello se va y viene de los partidos. Ante un Liverpool mucho más contemplativo en el segundo tiempo —incluso Benítez retiró a Gerrard—, al Atlético le bastó su nuevo estado de ánimo para alcanzar el empate. Un error garrafal de Carragher, que se confió en un sencillo despeje, permitió a Forlán enlazar con Simão, que superó a Reina con un disparo cruzado con la zurda. Un premio merecido para quien entonces más empeño ponía, el Atlético; y un castigo lógico para el Liverpool, que hacía muchos minutos que remoloneaba, incapaz como es de aprovechar su superioridad para cerrar los partidos sin contemplaciones. No lo hizo cuando Agüero era un espectador y no pudo contener a su rival cuando éste entendió el toque de corneta que significaba la salida del Kun. Espabiló el Atlético y el PSV le aupó desde Marsella.

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